Los poetas del malestar

Hincapié, 1 de febrero de 2018:

Hoy ha muerto Nicanor Parra. El antipoeta que escribía poesía. O como dijo uno de los personajes trazados en una novela de Milan Kundera de la que no recuerdo el título: “Solo un verdadadero poeta sabe qué grande es el deseo de no ser poeta”.

Leía el deceso en uno de los periódicos desparramados en la mesa de lecturas de la biblioteca municipal. En el extremo inferior de una de las hojas había algo que me llamó la atención: desde Santiago de Chile la corresponsal decía que hasta la selección nacional de fútbol le rindió un homenaje en twitter. ¡Esos jugadores leen! y leen “la poesía es una mierda” de Nicanor Parra, pensé. Estos jugadores leen y por lo tanto piensan – hace unos años presencié un partido de fútbol de categoría infantil, en un lance del juego el entrenador increpó a un chaval que la cabeza la tenía para rematar y no para pensar -. 

Creo que me estoy pasando, el fútbol y la lectura no son dos palabras de significado opuesto. Paul Breitner y Jorge Valdano lo atestiguan. Simplemente me llamó la atención. Seguramente Nicanor Parra en su país era algo más que alguien que escribía.

Pero no era de esto de lo que quería hablar, solo que sucedió y el “inmortal” se murió. Los años dejaron de echársele encima para estar él encima del mundo en forma de hidrógenos, hidrocarburos, helio y otras materias del espacio que nos nacen. De lo que quería hablar era que estaba leyendo tres libros de poesia para reseñar en esta revista, cuando me levanté para leer el periódico. Mejor dicho, dos antologías y un poemario de Enrique Falcón, cuando el viejo se murió entre los jóvenes. Entre los poetas jóvenes de Re-generación (Valparaíso), Poéticas del malestar (Gallo de oro) y La marcha de 1.500.000 (ediciones Delirio), de Enrique Falcón, que es del 68.

El número con tantos ceros se refiere al periodo de 10 años en el que niños de las regiones de Sur mueren a causa de la no distribución de recursos:

“Ellos dijeron, si no vas a servir / derríbenlos en el nombre del mercado”, escribe el poeta nigeriano Odia Oteimun, en una de las innumerables notas que flanqueando todas las páginas nos informan de los versos usurpados a otros poemas, de las variaciones que Falcón hace del original, de sucesos y referencias históricas y de toda una invasión de señalamientos que dan a conocer las claves por las que discurren unos poemas que buscan y encuentran una salida en lo real: “la guerra, mientras se libre en el territorio de otros, es buena para nuestra economía”, dice un experto en negocios. Con estas afirmaciones y otras que flagelan los costados de su libro, el poeta compone versos con los millonarios beneficios de grupos empresariales, con las prácticas laborales y expolios necesarios, con secuestros o financiación de guerras (...)