CUERPOS MUEVEN CUERPOS
Antonio Orihuela
Acompañar,
resistir desde la compañía, encontrar a los otros, renombrar el
mundo desde sus heridas... no es poco lo que este proyecto de
escritura se ha propuesto en el contexto hostil de nuestra sociedad
pacificada, sonámbula y hedonista, construida sobre una ciudadanía
replegada y ajena a los asuntos públicos, que ha olvidado que lo
privado es público y que lo personal e íntimo se cimienta sobre lo
colectivo y lo común, lugares además cada vez más expoliados por
las ideas de la propiedad y la vida privada.
No
es poco, decía, lo que este proyecto de escritura se ha propuesto:
mancharse con los crímenes del Imperio y los cuerpos de los
desrostrados. Yo también, querido Enrique, creo que vale la pena.
Que ese acercarse no puede quedarse en un vago sentimiento de
solidaridad o compasión hecho de ideas, palabras e invitaciones de
papel, sino que tiene que bajar a la calle y nos tiene que poner, en
tanto cuerpos, a trabajar en organizarnos para ser un día dignos de
entrar en las casas de los pobres.
Porque
situar el cuerpo en primer término, situarse sobre la materialidad
del mundo para hablar de los efectos que produce un cuerpo entre
otros cuerpos, es ligar el habla y la acción; y ya que somos
cómplices de las relaciones de dominación y explotación también
podemos ser conscientes de nuestras posibilidades personales y
colectivas de encuentro, cooperación y emancipación. La verdad,
decía Spinoza, no es ningún lugar de descanso, no es ningún lugar
de llegada: es el comienzo de nuestra marcha hacia las alianzas y una
contienda.
Así
que desde la primera vez que me enfrenté con ella, no he podido
dejar de ver La
marcha de 150.000.000 como
un abrazo. De su boca colectiva salen palabras para vincularnos, para
así unidos abrir el mundo y poder avanzar como un solo cuerpo que
transforma la realidad con la potencia de su abrazo.
Aliarse
en La
marcha...
supone, en nuestra sociedad trivializada y postmoderna, el riesgo de
mirar hacia abajo, más allá de las estanterías de chucherías y de
la publicidad, mirar hacia la verdad última: la devastación del
mundo al que se dedican no pocos mercenarios y mercaderes de afeites.
Mientras, cada vez estamos más lejos de la Belleza, más y más
lejos de un nosotros que es también un proyecto siempre aplazado de
emancipación. Y cuanto más crecen la barbarie y el daño, más
dificultad encontramos para reconocerla, decir NO
al
dominio y la explotación, y poner fin a la maquinaria suicida del
capital.
Vivimos
tiempos terribles, tapados con palabras de una naturalidad
sospechosa. A quienes vemos al emperador pasear desnudo matando y
aniquilando en defensa del capital nos llaman anticuados, locos,
radicales o terroristas... Tal vez un día lo ensordecedor de la
marcha, su ritmo de bala, la historia de los comunes, y el aullido
del mundo, alcance los ojos y los oídos de quienes hoy se niegan a
la complicidad de este abrazo, al abismo de esta lengua viva y
saqueada del nosotros. Desde ella confesamos nuestro dolor y nuestra
ira: con ella resistimos.
Porque
justa es esta marcha hecha de hambre programada, intimidación
cotidiana, liquidación moral y física, detención y muerte. Por más
que disparen los sicarios contra ella, la marcha ya arrancó y va a
dar a luz, desde su lengua saqueada, a un árbol nuevo. Que nadie
llore los caídos, porque vienen con nosotros: su sueño antiguo es
nuestro, con él deberemos un día defendernos del odio. La marcha ya
arrancó; así que sólo falta que os unáis a su estremecimiento,
que no agachéis la cabeza y cerréis vuestras puerta: de hacerlo, su
lumbre chica se apagará en una luz imposible, una siembra estéril.
Exponéos, uníos a esta marcha que avanza sobre la tierra cansada,
los fusiles, los relojes, el frío del mundo que hemos de disipar con
nuestro sueño vivo, con nuestras canciones de la altura de un
hombre.
Esta
marcha que dice agua, revolución y siega con palabras tiernas, que
aúlla sobre sus muertos de luz y vértigo, es nuestra. En ella hemos
aprendido el llanto lento de las madres locas, el grito de los
torturados, la voz de los perdidos, la cotidiana derrota, la fábrica
febril de las barricadas boreales, la piel de los que han venido
desde lejos, la sal en la frente de los vencidos... y con todos ellos
hemos de dar el primer paso para que el llanto acabe.
En
la marcha está la visión del nosotros, radicalmente dominados, pero
todavía no vencidos, todavía, sí, siendo también los otros, el
mirar las cosas que ya se han definitivamente roto, el abrazo en el
que somos y en el que es posible vernos florecer, la palabra que
comparte la gente humilde que habla verdad y corazón, porque la
marcha impone el ritmo al tiempo de los hermanos, da sabor caliente a
la ternura, a las manos que decidieron avanzar repitiendo el no
serviré, espantando el miedo, dejando sitio para que tú tengas tu
lugar en esta marcha que no arrancará sin ti.
La
marcha es el nombre de los aniquilados, de los devastados, de los
marginados, de los hechos a golpe y hambre. La marcha es el nombre de
los que ya vienen, de los que aún viven y protestan, de los que no
se arrodillan, de los insurrectos, de los pacíficos que no hablan la
lengua del Amo, de los que alzan las palabras desde lo dormido, de
los que levantan la vida para la revuelta del mundo que perdimos un
día y que ahora tendrá que venir.
Con
Enrique la llamamos La
marcha... pero
su nombre bien pudiera ser también Humanidad esperada y Asamblea
humana, una revuelta que comienza en primer lugar por cada uno de
nosotros frente a sí mismo. Depende de ti, y de nosotros, que se
desaten los pies del mundo, que la marcha arranque.
Antonio
Orihuela
[Febrero de 2007]